Aunque
nunca volví a entrar a ese patio, sé que la rosa china sigue ahí. Desde acá
puedo sentir el calor abrazador de sus flores, flameando como lenguas de fuego.
La casa donde vivieron mis abuelos nunca se pareció a una casa, pero el tiempo igual
trajo el desalojo. Se fueron las palabras, los sonidos y los cuerpos. El rojo,
es un color que no se apaga.
domingo, 28 de junio de 2015
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